La verdad es que llevaba ya varios días intentando ir la peluquería de Miguel, pero a la hora a la que yo puedo ir nunca estaba libre (es que esta peluquería en lugar de ser unisex es "unipeluquero" y conseguir hora es complicado), y como ya tenía unos pelos que parecía Maradona, ayer, cuando estábamos de compras por el centro comercial, vi una pelu y me dije, "pues aquí mismo".
¡Joer, que peluquería! Anda que no hay diferencias entre las peluquerías modernas y las de caballeros de toda la vida. Se parecen como un huevo a una castaña. Para empezar la decoración no tiene nada que ver. En las de toda la vida tienes un par de posters, una radio, el Interviú, tu peluquero repeinao -con su chaquetilla blanca y su cigarrito- y huele a loción de afeitar, tipo Varón Dandy o similar. Por cierto que esto último se agradece, sobre todo en verano, si al repeinao le canta el alerón. Que no es el caso de mi Miguel, que conste.
Las peluquerías modernas son mucho más grandes que las clásicas, no hay Interviú, ni radio, y tienen un aire psicodélico, porque están llenas de luces raras, casi de color violeta, que no sabes si estás entrando en una pelu o un after-hours. Enseguida se dirige a ti una joven -lo que te confirma que no estás en un after- con un peinado súper raro y el pelo de colores que te pregunta qué quieres. Y tú piensas, "¡pues, coño, no es esto una peluquería, que voy a querer, cortarme el pelo! A ver si me he equivocado de sitio...".
Total que pasas y te sientan en una de las 20 sillas que tienen. Otra diferencia con la pelu de Miguel, que sólo tiene dos. Bueno, siendo estrictos una y media, porque está el sillón y luego una sillita pequeña que pone encima del sillón cuando corta el pelo a algún niño. Que siempre pienso yo que entre la poca estabilidad que tiene el invento y lo que se mueven los niños tiene que ser complicadísimo cortarles el pelo. Normal que a veces salgan con trasquilones. En mi barrio de Madrid había unos peluqueros que les llamábamos "los cherokees", imagináos como salíamos de allí...
La diferencia más sustancial es que en estas peluquerías te despachan en mucho menos tiempo. Miguel, tengas mucho o poco pelo, está la media hora de rigor contigo, porque cuando ha terminado con la tijera te repasa con una cuchilla, te recorta milimétricamente el cuello, las patillas, luego te pasa el secador...En estas otras en diez minutos te han despachado. Y encima te cobran más, lo cual es bastante incoherente. Será a lo mejor porque como antes de cortarte el pelo te lo lavan tienen que amortizar el agua caliente y el champú. Cosa, esto de lavar el pelo, que siempre he pensado que sería más útil que hicieran después de cortártelo, para quitarte todos los pelillos que se quedan, no antes, ¿no?
Aunque sí reconozco que que te laven el pelo dándote un masajito tiene su punto. Aunque ya puestos tendrías que poder elegir tú donde te masajean. A mí una vez se me ocurrió decir "¿señorita, le importa seguir un poco más abajo, que tengo una contractura en el hombro derecho?" Y ella, muy fina, me contestó, "¿y a usted, le importa que le meta el champú con extracto de eucalipto y mentol por el culo?" Me puse más rojo que un tomate.
Luego otra cosa curiosa es que todas estas peluquerías modernas tienen nombre italiano. Tú eres peluquero y quieres ponerle a la peluquería tu nombre tal cual y no puedes. Por ejemplo, si tú te llamas Genaro León tienes que poner Peluquería Gianni Leone. No sé el porqué pero es así. Debe ser una ley no escrita del gremio de los peluqueros.
Mi peluquero en cambio se saltó esta norma. Peluquería Miguel. Con un par. Pensaría, "a ver ¿qué negocio voy a montar? Una peluquería ¿Y cómo me llamo? Miguel. Pues ya está, Peluquería Miguel". Si a veces las cosas son así de simples, no hay que complicarse tanto la vida.
Y lo que más me jode de estas peluquerías, más incluso que que me corten el pelo peor y me cobren más dinero, es que siempre me dicen que se me está cayendo el pelo, que tengo el cabello débil. Te lo dicen siempre con cara grave, muy seria, como si te estuvieran diciendo que tienes una enfermedad incurable. Mientras juguetean con los cuatro pelos de mi coronilla me sueltan, "se le está cayendo el pelo, tiene ustede el cabello muy débil!" "¡No jodas! ¡Pues habrá sido ahora mismo, porque cuando salí de casa yo tenía un pelazo que ni Antonio Banderas! A ver si ha sido el jodío champú ese de mentol que me has puesto antes...".
Por eso también me gusta que me corte el pelo Miguel, que me lleva viendo el cartón muchos años y no se escandaliza. Y además está más calvo que yo, que eso siempre sube la moral.
Encima la peluquera de ayer me estuvo dando la brasa los diez minutos que duró el corte de pelo con que comprara un champú especial anticaída y unas ampollas revitalizantes. Se ve que la tía llevaba comisión, porque no paró de contarme las virtudes del champú de las narices. Si me dijo hasta la frase que nunca falta en el repertorio de todo buen comercial: "mi novio lo utiliza y le va fenomenal". Todos los vendedores en algún momento dicen lo de "si éste es el que tengo yo -o su mujer, o su madre, o su hermano- y va de maravilla". Bueno, pues el champú en cuestión costaba 20 euros, así que, pese a los demostradísimos y maravillosos efectos sobre el cuero capilar del novio de la peluquera, allí se quedó, en su preciosa estantería de diseño.
¿Y sabéis que es lo peor de todo? Que encima me siento culpable por haber ido a otra peluquería. Estoy como si le hubiera puesto los cuernos a Miguel. Espero no encontrármelo por la calle y tener que darle explicaciones. A ver si me crece el pelo pronto...