martes, 3 de marzo de 2009

Manos para cogerte

Hoy es 4 de marzo, un día muy especial para mí porque Lucía, la personita más importante de mi vida, cumple años. A pesar de que ya han pasado cuatro años y a pesar de mi mala cabeza -os juro que tengo el disco duro cada vez más regulero- recuerdo ese día perfectamente...

A primera hora de la mañana del 4 de marzo del 2005 Eva entró en el quirófano donde la iban a practicar la cesárea. Ésta venía motivada porque a la buena de nuestra hija la había dado por colocarse al revés, es decir, de nalgas, y sobre todo porque su crecimiento, según indicaban las innumerables ecografías realizadas en el tramo final de embarazo, estaba siendo inferior al normal, lo que técnicamente se denomina CIR (Crecimiento Intrauterino Retardado). Esto último añadía unas dosis adicionales de nerviosismo a las ya propias de un parto normal.

Mientras Eva estaba en el quirófano y, obviamente, soportaba la parte más dura del proceso -como una campeona, por cierto- yo, como todo padre, cumplía con mi papel, más cómodo, aunque también pesado: el de esperar. En un frío pasillo, enfundado en una bata de gasa verde, con un gorro y unas pantunflas a juego, rodeado de colegas de espera y vestimenta.

Tras una espera no excesivamente larga salió una enfermera y dijo familiares de Eva Sánchez-Cañete”. Yo me acerqué a ella, pensando que me iba a decir algo del tipo “ya ha nacido su hija, todo ha ido bien, en unos minutos podrá pasar a verla”. Pero en cambio lo que en realidad me dijo a bocajarro fue “ésta es su hija”. Os juro que hasta que no dijo eso no me di cuenta de que llevaba “algo” entre los brazos. La enfermera, al apartar levemente la manta que la envolvía casi por completo, me permitió ver a mi hija por primera vez.


Esa breve pero inolvidable primera visión de la pequeña carita de Lucía me hizo sentir dos cosas. Por un lado, alegría y alivio, porque comprendí que todo había ido bien y que la niña se encontraba perfectamente. Y, en segundo lugar, algo muy extraño, sentí que estaba viendo a alguien que ya había visto con anterioridad, no tuve la sensación de estar viéndola por primera vez. Me resultaba enormemente familiar, era un poco como verme a mí mismo.


La enfermera me rescató de este atontamiento diciéndome que había salido todo bien y que la niña estaba perfectamente, pero que por protocolo hospitalario, como pesaba menos de 2.500 kg, había que subirla a la incubadora. Ya dentro del ascensor que nos conduciría a la planta de Neonatología me preguntó si quería cogerla y yo, cagadito, contesté que no, que mejor la siguiera llevando ella.


La segunda vez que pude ver a Lucía fue unas cuantas horas más tarde, cuando me permitieron pasar por primera vez a la incubadora donde estaba. No me atreví a cogerla, me daba pánico. Me quedé todo el rato, la media hora que permiten pasar a los padres a la sala de las incubadoras, agachado a su lado, observándola, acariciándola suavemente con mi mano y hablándola en voz muy bajita.

A la tercera fue la vencida, en la siguiente ocasión que pude entrar a ver a Lucía a la incubadora por fin me atreví a cogerla. Con muchos nervios y más torpeza, todo hay que decirlo. Recuerdo que Amparo, la bisabuela de Lucía, que estaba al otro lado del cristal, me gritaba “¡La cabeza, sujétala la cabeza!”...

Es curioso lo difícil que resulta coger a un bebé por primera vez. A pesar de ser una cosa tan pequeña sientes que te faltan manos. Además, yo pensaba que la capacidad para sostener la cabeza venía de serie en los bebés, como la dirección asistida o los elevalunas eléctricos en los coches, pero rápidamente comprobé que no.

Ése quizá fuera el primer aprieto en el que me he visto como padre. Hoy, cuatro años después, me sigue poniendo ocasionalmente en aprietos, me siguen faltando manos para cogerla correctamente. Anteayer, sin ir más lejos, me lanzó la siguiente pregunta-bomba: "Papá, ¿a qué no se pueden casar dos hombres?"

En fin, podría seguir escribiendo y escribiendo sobre Lucía, pero termino porque creo que ya habéis tenido suficiente ración de papá pastelón por hoy y estoy poniendo el teclado perdido de tanta baba.


Este post, como no podía ser de otra manera, va para las dos principales protagonistas de la historia y de mi mundo raro, Lucía y su mamá, Eva. Pero además se lo quiero dedicar a mi tío Carlos, el hermano de mi padre, que falleció sólo unos días antes de que naciera mi hija. Utilizando una frase con la que el escritor catalán José María Gironella, en su libro "Condenados a vivir", describía a la perfección una situación similar a ésta, en la que un nacimiento de una nueva vida coincide en el tiempo con el fin de otra vida cercana, cierro el post: "Es la vida, que se sucede a sí misma".


¡FELICIDADES, LUCÍA!



(Gracias por las fotos, Bea)

9 comentarios:

Anónimo dijo...

FELICIDADES LUCIA!!!

Enhorabuena por tener unos padres que te quieren tantisimo.

Anónimo dijo...

Wy:Felicidades pa la niña,ya me han dicho donde la llevais..Como se nota el que tiene.

Anónimo dijo...

Felicidades!!
Este post tienes que guardarlo para que lo pueda leer cuando sea mayor. Es muy bonito.
Ameliè

Anónimo dijo...

Por cierto, se me olvidaba, cómo se parece a ti!!!!!
Amèlie

Unknown dijo...

MUCHAS FELICIDADES PARA LUCÍA, y también para papá y mamá.
Qué bonito relato, Quique, me has emocionado.
Es así, unos se van y otros vienen...
Lucía está para comérsela!. Un besito para ella y otro para ´los de la baba´.

Unknown dijo...

Es lo mas bonito que he leido en mucho tiempo, muchas gracias por compartirlo y gracias por traer a este mundo a una personita como Lucia. Muchas Felicidades.
Besos
Isa

Anónimo dijo...

Muchas felicidades para Lucía, aunque ya se lo hemos dicho en persona, y también para ti por las cosas tan bonitas que escribes.
Y ahora, a disfrutar los 3 del "regalo"!

Anónimo dijo...

Coño, qué bonito, me has emocionao, pájaro!

Eduardo Sánchez Butragueño dijo...

Muy bonita entrada Quique.
Un abrazo.