jueves, 1 de septiembre de 2016

La tele que nos parió

De forma casual vi en Internet un listado de series que emitió TVE en los años 70 y 80. Años en los que TVE no tenía reparos en rascarse el bolsillo para producir obras de calidad y programarlas en horario de máxima audiencia (bueno, esto último es una chorrada, entonces las horas en las que emitían eran todas de máxima audiencia; las otras eran de carta de ajuste). Series en su mayoría basadas en novelas escritas por algunos de los mejores novelistas de nuestro país, como Benito Pérez Galdós o Gonzalo Torrente Ballester. Ahí es nada. Sólo por leer estos nombres a más de un programador televisivo de la actualidad se le debería atragantar el limón o la naranja del Sálvame.

"¡Qué decepción el libro del Torrente, con lo que me molaron sus pelis!"

Y esas series, ojo, no eran vistas únicamente por un público culto o intelectual, no. Las veía todo cristo. La abuela que no sabía leer y el joven universitario, el albañil y el médico, todos sentados en el sofá frente al televisor. Niños y grandes. Porque, ésta es otra, ¡en aquella época no mandaban los niños! Si tus padres decían que en la tele se veía “X”  y se cenaba “Y”, ya podías ponerte como quisieras que lo más que ibas a lograr era una bofetada “B” o un zapatillazo “Z”. O las dos cosas. Nuestras horas de tele se reducían a la estrecha franja que iba del final del telediario al comienzo de la pelí del Oeste o de la “españolada” de turno los fines de semana y a la hora de la merienda los demás días, cuando veíamos desfilar a Espinete y compañía mientras nos comíamos el bocata de mortadela. El resto del tiempo no nos quedaba más remedio que ver lo que los adultos decidieran poner, que, por otra parte, tampoco es que tuvieran mucha elección porque entonces sólo había dos canales.

"¡Mira, Merche, si salgo en Anillos de Oro!"
De tal manera que tras la cena todos juntos corriendo al sofá a ver la tele. Sin distracciones: ni móviles, ni tablets, ni ordenadores. Ni siquiera el teléfono fijo. Si alguien llamaba a esas horas se le despachaba rápidamente: no eran horas. La estrella indiscutible era la tele y se le rendía pleitesía.

"La oportuna de mi cuñada. Se jodió la película".

Así que se veía todo lo que pusieran. Como La Barraca, una serie basada en la novela homónima del escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez que giraba sobre las penurias de la humilde familia de Batiste (Álvaro de Luna) al establecerse en unas tierras y encontrarse, sin comerlo ni beberlo, con el rechazo de todos sus vecinos, mosqueados por el desahucio del anterior inquilino de la barraca (el tío Barret). Es curioso que no es una serie especialmente recordada, o al menos mucho menos que otras grandes de la época como Fortunata y Jacinta o Los gozos y las sombras, pero que en cambio yo recuerdo mucho más que las anteriores, especialmente dos escenas que os voy a contar y que tengo grabadas en mi memoria.

Una jovencísima Victoria Abril
 interpretaba a Roseta, la hija de Batiste
Una es la personificación en la figura de un enjuto maestro, interpretado por Gabriel Llopart, del dicho mil veces oído a mis mayores: “pasas más hambre que un maestro escuela”. Este maestro llegaba a la casa de la familia protagonista y éstos, muy hospitalarios, pese a su pobreza, le ofrecían algo de comer. Y se quedaban perplejos al ver como el hambriento profe engullía los pedazos de pan mojados en leche, como pensando “joder, nosotros estáremos mal, pero éste pasa más hambre que Falete en Supervivientes”.

Y la segunda escena, mucho más brutal, era aquella en la que el pequeño de la familia, Pascualet, en una pelea con los niños del pueblo acababa en una acequia de la que no puede salir. Os juro que aún siento angustia al recordar esa situación.

Y lo que me produce angustia también es que no me acuerde de lo que acabo de comer y en cambio recuerde tan bien esta serie que se emitió ¡en 1979! ¡Hace 37 añazos! Que, por otra parte pienso, "copón, entonces yo sólo tenía 4 años, ¿cómo me dejaban ver estas cosas tan heavies?" El caso es que entonces las veíamos tranquilamente y aquí estamos. Que igual ahora el tema de la corrección se nos ha ido de madre, que cualquier cosa produce urticaria, manos a la cabeza y comunicado de algún colectivo/asociación ofendido pidiendo la retirada de tal o cual programa o spot de TV. Y tampoco es eso. Quizá más que culpar a las cadenas de TV deberíamos hacer autocrítica pensando qué vemos o qué permitimos ver a nuestros hijos. Lo tenemos muy fácil, basta con apagar la tele o cambiar de canal.

Para terminar una reflexión, así como parece evidente  que en cuanto  a calidad televisiva hemos ido a peor, nos queda el consuelo de saber que en la mayoría de las cosas ha sido al contrario: los maestros ya no pasan hambre (salvo en la operación bikini), los chavales no resuelven sus disputas arrojando a nadie al río (salvo en la Operación Neptuno) y en el mando de la tele mandan los niños. La putada que nosotros, los de los de los zapatillazos de entonces, ya no somos los niños.


Por cierto, para los nostálgicos y para aquellos a los que les haya picado la curiosidad, decir que en el siguiente enlace podéis ver la serie, ya que RTVE ha tenido a bien recuperar esas grandes series literarias y se pueden ver a través de su página web.

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