Esta semana Lucía ha ido de excursión con el cole al ZOO. Estaba muy contenta y también muy nerviosa. Comen allí y vuelven por la tarde, lo que sube aún más el nivel de la aventura. No es la primera vez que sale, al contrario, con 7 años ya lleva a sus espaldas un buen puñado de excursiones: a una granja escuela, al teatro, a Consuegra, al parque de bomberos y alguna más que me dejaré en el tintero.
¿Os acordáis de vuestras excursiones? Yo al ZOO no tuve la suerte de ir con el cole, pero recuerdo haber ido a bastantes otros sitios: al Museo Arqueológico, al del Ejército (cuando estaba en Madrid), a San Antonio de la Florida, a Cazalegas –un profe nuestro era de allí, por eso nos llevaron, ¡menudo cacho viaje!- al Museo de Ciencias, al Planetario, al Museo Municipal, al parque de Bomberos de La Vaguada, a la fábrica de Clesa, al Castillo de Manzanares el Real y al Museo Español de Arte Contemporáneo (ahora Centro de Arte Reina Sofía). Este último entonces estaba en la Ciudad Universitaria, y de él recuerdo dos cuadros que me llamaron mucho la atención, uno "Gran Vía", de Antonio López, con el que alucinamos todos, ¡parecía una fotografía en lugar de una pintura!; y el otro, que recuerdo con mucha menos admiración, era una especie de engrudo con lana, botones y espaguetis de algún artista moderno. Entonces me pareció una mierdaca, si lo pudiera ver ahora...pues seguramente también.
Pero cualquier excursión, ya sólo con la emoción de romper la rutina del colegio y salir a la calle dejando atrás la tapia del cole era un puntazo. Montarte en un autocar enorme, ver con quien te sentabas, si podías pillar ventanilla, ir por calles desconocidas, las canciones del viaje ("Para ser conductor de primera, acelera, acelera"…"Fulano robo pan en la casa de San Juan...¿quién yo?"), llevar algo de dinero, 20 duros como mucho, por si comprabas alguna chuche, un bote de Coca-Cola o algún pequeño recuerdo del museo, un llavero, una postal o algo así; los comentarios de algún compañero “¡por aquí vive mi tía!" o "¡por aquí paso yo con mi padre cuando voy al pueblo!", los nervios de los profes para controlarnos, contándonos cada dos por tres para ver si estábamos todos, los nervios tuyos si te despistabas un momento y veías que el grupo se alejaba. Y a la vuelta, tener la certeza de que el viaje llegaba a su fin porque reconocías alguna calle próxima al cole por la que pasabas. Y finalmente llegar al cole y bajar del autocar, con tu madre esperando con una sonrisa preguntándote qué tal lo habías pasado. Ahí ya, depende de tu edad, te tocaba poner cara de duro y esquivar su beso o recibirlo con todas las de la ley, sin los absurdos complejos que se van cogiendo con la edad. Lucía está ahí,ahí, en el límite. Dentro de nada me hace la cobra, ya verás. Así que os dejo, que esto me recuerda que tengo que aprovechar para seguir comiéndomela a besos mientras pueda.
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