sábado, 31 de diciembre de 2011

Feliz 2012


Como cada año, os quiero felicitar la Navidad (con retraso, como siempre, marca de la casa) y desearos que tengáis un estupendo 2012. Y agradeceros que de vez en cuando sigáis entrando en el blog para ver las paridillas que va poniendo vuestro amigo Quique. Gracias de veras.

La felicitación la ha hecho Lucía, ¿os gusta? Está hecha una artista, ¿a qué sí? A mí lo que menos me gusta es la purpurina, que me ha dejado el cristal del escáner perdido, y lo que más San José, que es clavadito a Mauricio Colmenero, el de Aida.

Como cada año también, remato la felicitación con una foto de mis peques, Lucía y Alba, con sus preciosas sonrisas y su optimismo inocente, que según pintan las cosas, buena falta nos van a hacer este año que está a punto de comenzar.




¡Feliz Navidad y Feliz 2012!

jueves, 15 de diciembre de 2011

Fortuna y privilegio


Dijo hace unos días Mª Dolores de Cospedal, la presidenta de Castilla-La Mancha, cuando anunció un nuevo plan de recortes que incluía, entre otras cosas, una bajada en el sueldo de los empleados públicos, que los funcionarios éramos afortunados por tener un puesto de trabajo estable. Y el consejero de Presidencia y Administraciones Públicas, en la carta que nos envió a los funcionarios para explicarnos dichos recortes, incluso fue un poco más allá, dijo que éramos unos privilegiados.

¿Afortunado?

Bueno, según están las cosas el solo hecho de tener trabajo ya es para dar las gracias y sentirse afortunado. No lo niego. Pero me sorprende lo mucho que me lo dicen últimamente; y, más aún, quién me lo dice. Bueno, siendo sincero, más que sorprenderme, me jode, hablando en plata. Porque cuando me levantaba a las 6 para poder estudiar un rato antes de entrar a currar nadie me llamaba afortunado. Cuando utilizaba mis vacaciones para preparar los exámenes de la oposición nadie me llamaba afortunado. Cuando mi sueldo era el más bajo de todos los de mis amigos nadie me llamaba afortunado. Y, por supuesto, en aquellos maravillosos años en los que cualquier chaval que colgara sus estudios y comenzara a trabajar en la construcción ganaba el doble que yo, nadie me llamaba afortunado. Más bien me decían pardillo. O, si había confianza, directamente gilipollas. Que es lo que ahora siento que me está llamando Cospedal al bajarme el sueldo y simultáneamente aumentarme la jornada laboral 2 horas y media a la semana.

¿Privilegiado?

Si puedo admitir en cierta medida que me llamen afortunado por tener trabajo, por donde no paso es porque me llamen privilegiado. De ningún modo. Tener un trabajo NO me convierte en privilegiado. Ni mucho menos. Gano 1100 euros al mes por desempeñar un trabajo de auxiliar administrativo que conseguí tras currarme una oposición en la que tuve con competir con muchísimas personas. En mi convocatoria concretamente hubo 12000 solicitudes para 350 plazas. Es decir, de cada 35 opositores aprobaba 1. Creo que este dato sirve para comprender que aquello no fue precisamente un paseo militar. Y la convocatoria era libre, cualquiera se podía presentar, únicamente bastaba con poseer el graduado escolar y pagar los derechos de examen. Eso y currárselo, claro, coger los libros y echarle tiempo. Porque ciertamente no hacía falta ser Einstein para sacarse mi oposición, no era un temario difícil, pero sí que hacían falta codos, sacrificios y renuncias. Esos y no otros -afiliación política, ser amigo de, familia de, etc.- son los ingredientes con los que todos los funcionarios hemos obtenido nuestro puesto de trabajo. Nadie nos regaló nada. Y que nadie se equivoque, después, una vez conseguida la plaza de funcionario, tampoco nos regalan nada. Desempeñamos una actividad laboral y a cambio obtenemos un sueldo, como cualquier trabajador. Y punto. De privilegios, nada.

Para complementar mi personal y discutible punto de vista con un toque más objetivo, voy a recurrir la definición que el diccionario hace de ‘privilegio’: “beneficio económico, social o político que se obtiene por poseer un cargo considerado elevado por el resto de la sociedad”. Al que con esta descripción le venga a la cabeza la imagen de un funcionario, por favor que se lo mire. Y completa el Larousse esa definición de privilegio con una frase de ejemplo: “los diputados gozan de ciertos privilegios”.

Y en cambio, paradojas de la vida, son ellos, los políticos, precisamente ellos, los que nos endosan el título de ‘privilegiados’ a los funcionarios, que en la mayoría de los casos somos humildes trabajadores mileuristas. Y encima gran parte de la sociedad les da la razón y aplaude estas medidas. Tiene gracia. Casi tanta como que una persona como Cospedal, con sus tres sueldazos y su marido millonario, me baje el sueldo y encima me llame afortunado y privilegiado. De chiste. Y lo peor es que todavía nos queda mucho por reír.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Perro no come perro

Y digo yo, puesto que estamos en crisis y de forma impepinable hay que recortar el gasto público, ¿por qué no tocar el apartado de la publicidad institucional? Ya sabéis, esos anuncios que las administraciones públicas contratan en prensa, radio, televisión, webs, etc., y que en la mayoría de las ocasiones tienen una utilidad bastante cuestionable. Porque no nos descubren la pólvora precisamente, al contrario, nos dicen obviedades tales como que hay que comprar de forma responsable, que el Metro de Madrid es la forma más rápida de moverse por la ciudad o que si coges el AVE llegarás puntual a tu destino.

En esa partida gastan un chorreón de dinero todas las administraciones (las locales, las autonómicas y la estatal), sean del color que sean. Y lo más triste es que, más allá de la utilidad informativa que puedan tener esos anuncios (que en algunos casos verdaderamente sí la tienen, como las campañas contra la violencia de género o contra el fraude fiscal, por ejemplo) lo que se busca realmente con ellos es ‘subvencionar’ a los medios de comunicación y de paso condicionar así sus informaciones. Y digo ‘subvencionar’ por no utilizar una palabra más fuerte. Porque, seamos claros, si un medio de comunicación necesita para sobrevivir el dinero de tal o cual administración, ¿la va a juzgar de manera justa e independiente? ¿La va a criticar sin miramientos? Creo que la respuesta es obvia.

Sé que en estos años de recortes esas partidas se han reducido algo, pero ni muchos menos lo que sería recomendable. Ahí no se ha hecho el mismo “esfuerzo” que a otros nos reclaman. Un ejemplo, esta mañana en el bar, mientras tomaba café, he estado leyendo un periódico local perteneciente a un grupo mediático con implantación en varias comunidades autónomas. En sus páginas aparecían tres grandes anuncios. Los tres pagados por la administración pública. Es decir, por nosotros. A escote. ¿Y cuánto cuesta cada inserción publicitaria de ese tipo? Mejor no lo queráis saber. Un huevo. ¿Os digo de que eran esos anuncios? Uno animaba a invertir en Letras del Tesoro, otro hablaba de las bondades de invertir en Castilla y León y otro nos recordaba que hay que hacer un buen uso de los medicamentos. Daño no hacen estos mensajes, es verdad, pero, ¿realmente estos gastos son indispensables en tiempos de crisis? ¿Deben ser prioritarios?

Y termino subrayando lo curioso que resulta ver como de todos esos tertulianos, editorialistas y opinadores profesionales del panorama periodístico nacional, tan diversos, tan cada uno de su padre y de su madre, ninguno habla de este tema. ¡Qué curioso, con lo punzantes y valientes que son cuando se trata de sugerir recortes en otras áreas y en esto no dicen ni mú! Prefieren poner el foco en el sueldo de los funcionarios, en que tenemos una administración sobredimensionada o en que la sanidad gratuita es insostenible. La razón creo que salta a la vista. Como acertadamente me dijo un excompañero periodista cuando saqué el tema hace unos días en facebook, “Quique, perro no come perro”.

La luz que alimenta mi espíritu, por Sole Ruipérez

Las cinco de la mañana. Suenan las campanas. La primera señal. Me tengo que levantar. Estamos en plena recogida de la flor del azafrán. Mi madre ya ha encendido la lumbre y está calentando la leche.

Me hago el remolón en la cama al tiempo que recuerdo que hoy es 2 de noviembre y tengo una obligación primera: atender a las ánimas que, el Día de Todos los Fieles Difuntos salen en busca de luz; “si no las iluminas no descansan”, decía mi abuela. Es importante que nuestros muertos queden en paz.

Me gusta ir al campo. Allí todo es fácil, allí se respira paz, allí se respira libertad y hoy tengo una sensación grata de descanso. Estoy tranquilo, sonrío. Parece verano y el frío que, de madrugada, me ata a la cama, no tiene presencia alguna en la habitación que comparto con mi hermano.

Ya ha pasado un cuarto de hora. Suena la segunda señal. Me levanto. Me dirijo hacia la cocina y veo a mi madre de espaldas. No se da cuenta de que estoy detrás. Le doy un beso en la cabeza y me embriaga su olor a cariño.

Salgo al patio y la noche se me hace día. Brillan tanto las estrellas que parecen soles. Pero hay una luz especial que me ciega y no puedo dejar de mirarla. Me encuentro tan bien que casi se me olvida que voy desnudo. Por pudor, no por necesidad, corro a vestirme.

Suena la tercera señal. Llamo a mi madre, llamo a mi hermano; pero no responden. Han debido de marcharse; así que tiro del portón y voy hacia la iglesia.

En el templo huele a naftalina. Hoy todas las mujeres del pueblo han recuperado sus chales y los hombres sus abrigos. Cristianos practicantes, y otros no tanto, se dan cita para encender la luz que sus ánimas reclaman. Esta es la primera obligación del día, después nos espera la flor malva.

Entre el bullicio busco a los míos. De repente me ciega la cristalera del altar en la que tan sólo se intuye el perfil de una Virgen Inmaculada. Me dirijo hacía allí y me parece ver a algunas de mis ánimas.

Sigo andando. A cada paso más luz, a cada paso más paz, a cada paso más libertad. Estoy como hubiera deseado estar. Me detengo atraído porque un olor dulce. Descubro a mi madre postrada ante el altar. Poso mi mano en su hombro. No responde. Prende una cerilla y con ella da luz a una vela que ilumina mi espíritu y con él … mi descanso eterno.

Sole Ruipérez, 7 de noviembre de 2011.