viernes, 20 de febrero de 2015

Nadando a lo perrito Marnie

Debido a unos ligeros, pero molestos, dolores de espalda me he obligado a ir a nadar. Digo obligado porque no me gusta nadar. Me gustan los deportes en general, pero la natación no. Nunca me ha hecho tilín. El agua me da cosica. De pequeños íbamos al río y yo me metía en el agua cuando mis amigos ya estaban cogiendo la bici para volverse al pueblo. Era de esos que van introduciéndose en el agua pasito a pasito, manteniendo en todo momento el agua controlada por debajo de la línea de flotación, esperando el momento adecuado para meterse del todo. Hasta que venía algún colega cachondo que te pegaba un empujón y se acababa la tontería, claro. 

Logicamente, como habréis podido deducir de lo anterior, nadando no soy precisamente Michael Phelps. A braza aún me defiendo. Pero a crol…digamos que avanzo y no me hundo, que no es poco. A braza aguanto 5 ó 6 largos sin parar, toda una proeza para mí, pero a crol me hago uno a duras penas. Llego al otro extremo pidiendo la hora, como el Atleti en la final de Lisboa. Y a veces, cuando me faltan sólo unos metros para llegar, se me aparece el cabrón de Sergio Ramos, en forma de calambre en los dedos de los pies, y tengo que alcanzar el bordillo retorciéndome, nadando a estilo perrito; pero no como nadaba Lassie, sino como nadaría Marnie, el simpático perro contrahecho que triunfa en la red. 

Pues en una de estas llegadas dramáticas mías, cuando por fin me agarro al bordillo y estoy recuperando el aliento, escucho a un monitor en la calle de al lado diciéndole a sus alumnos: “vais a hacer dos largos a braza, luego dos de espaldas y los dos últimos a crol, pero nadando solo con un brazo, un largo con el derecho y otro con el izquierdo”. La ostia puta. Y son niños de 8 años o así. A mí me dio otro calambre sólo de pensarlo. Me daban pena esos pobres niños a las órdenes de aquel oficial prusiano en bañador. Hasta que oigo a un renacuajo, que después de oír estas órdenes despiadadas de su profe, va y le contesta: “buah, profe, ¿cuándo vas a mandarnos cosas chungas?”. ¡Mecagoenelcanijo, aquello le parecía fácil! No le hice una aguadilla al mocoso en ese momento porque me contuve. Porque me contuve, y porque nadaba mucho más rápido que yo, claro. Entonces pensé que era mejor darle el correctivo fuera del agua, donde podría hacer valer mi superioridad física. Pero de nuevo me quedé con las ganas, porque en el vestuario no fui capaz de reconocer al chiquillo. Y es que dentro del agua, con el gorrito y las gafas, todos los niños son iguales. Menos yo, claro, que soy más alto y llevo manguitos del Atleti. OÉ.