jueves, 8 de septiembre de 2016

Museos circulares en el tiempo

El coso, estado actual
Cada vez que vamos camino de Madrid y vemos este edificio circular junto a la autovía mis hijas y yo nos hacemos la misma pregunta: “¿pero eso qué es?”. Y las respuestas son variopintas: una plaza de toros, un hospital, un centro comercial, un platillo volante. Picado por la curiosidad me ha dado por investigar y resulta que la mole circular en cuestión es (va a ser) el Museo de la Automoción. ¿Un museo? ¿De coches? Mucho collar para tan poco perro, ¿no? 

Quiero decir, no creo que un museo de coches sea una cosa especialmente rentable y el edificio tiene pinta de costar un dineral. Buscando información sobre el proyecto vemos que efectivamente va a salir por un ojo de la cara, porque hablan de 37.000 m2 construidos, con auditorio y edificio vanguardista a todo destrozo: “contará con un edificio central en forma cilíndrica en el que destacará su fachada realizada con coches prensados y cuyo interior albergará 3 plantas con más de 50 espacios temáticos, en una obra arquitectónica sin precedentes. ”

El coso, in the future

Joder con el cilindrín. Vamos a ver quién es el paganini del tinglado, a ver cuánta pasta va a perder, o mejor dicho vamos a perder, porque supongo que será una administración pública. Coño, sorpresa en La Condomina: "Promovido por la Fundación Eduardo Barreiros y llevado a cabo a por Luis Miguel Rodríguez, propietario de La Torre Centro Autorizado de Tratamiento (CAT)”. Traduzco para el que ande despistado con este último por el eufemismo: los Desguaces la Torre de toda la vida. Un desguace del tamaño de Canadá que está entre las provincias de Toledo y Madrid, concretamente en Torrejón de la Calzada. Su dueño saltó a la palestra por ser el novio de Carmen Martínez-Bordiú y más recientemente porque se publicó su “pequeña” deuda con el fisco, 7 milloncejos de nada. De euros, claro. 

Y por otro lado, "promoviendo", tenemos a la Fundación Barreiros, montada en 1997 por los herederos de Eduardo Barreiros, ese avispado gallego que pasó de un pequeño taller de Orense a poseer una fábrica de 2.000.000 de metros cuadrados en Madrid, la mítica Barreiros de Villaverde, de la cual salieron camiones y automóviles a espuertas (los Dodge, los Simca, los Talbot…). Tras asociarse con Chrysler los Barreiros fueron perdiendo el control de la empresa, que finalmente fue vendida al grupo Peugeot. Ahora la hija de Eduardo Barreiros, Mariluz, que es quien preside la Fundación, va a ceder la Colección Barreiros para que se exponga en el Museo de la Automoción que construye el propietario de Desguaces la Torre, su amigo Luismi. Mariluz, por cierto, fue mujer del fallecido Jesús de Polanco, uno de los empresarios de comunicación más ricos e influyentes que ha tenido este país (SER, El País, Cuatro, Editorial Santillana, etc.). 

Volviendo al museo, la web del Museo La Torre dice esto sobre su origen y fines: Luis Miguel Rodríguez, creador y propietario de Desguaces La Torre, es el impulsor de este Museo dedicado a la historia del automoción, cuyos principales objetivos son la recuperación, protección, restauración y exhibición de su fondo museístico.

Y yo me pregunto, ¿qué fines, aparte de los que acabo de citar, persigue el ideólogo del Museo? Porque los mencionados anteriormente quedarán muy bien como declaración de intenciones, pero no me los trago. No sé, llamadme escéptico, pero es que este señor no da precisamente el perfil de filántropo. A saber: deuda de 7 millones con Hacienda, denuncias “contra la ordenación del territorio” en la ampliación del desguace, presunta financiación vía paraíso fiscal, inicio y ejecución de obras sin licencia. Vamos, que una ONG no parece. Y a la luz de los datos que manejamos sobre el Museo no hay que tener vista de lince para ver que va a generar unas pérdidas millonarias. Empezando por los millones de euros en la construcción (lleva gastados 9, pero se habla de un coste final de 50), le sumamos el hecho de que los museos de por sí suelen ser económicamente deficitarios, seguimos con que el contenido de éste en concreto no es especialmente atractivo y rematamos con su emplazamiento, en el kilómetro 25 de la carretera de Toledo, que tampoco es precisamente la Castellana…Yo no lo veo.

Mariluz Barreiros, Tony Blair, Luis Miguel Rodríguez y su mujer Asunción, en 2008 en la Conferencia sobre Sostenibilidad y Automóvil que organizaron la Fundación Barreiros y Mapfre 

Destacar que este macromuseo del buga se presentó en sociedad allá por el 2006, con asistencia de invitados ilustres, como se hacían estas cosas en los buenos tiempos, el alcalde, la presidenta de la Comunidad, etc. Así lo contaba (El País, por cierto) y así la propia Comunidad de Madrid. Lo más gracioso es que aseguraban que se abriría en ¡2008!

"¿Y esto no se podía haber hecho utilizando las motos de los agentes de movilidad, copón?"

¿Conocíais esta historia? Creo que tiene todo para salir con fuerza en los medios, pero yo sólo he encontrado información (información crítica quiero decir, no la propaganda que os acabo de enlazar) en este estupendo artículo de la periodista Ana Sánchez Juárez en un medio digital, Vanitatis. ¿No os parece raro?

Y termino con otra pregunta, ¿se ha metido dinero público en el proyecto? Me encantaría saber si el gobierno de la Comunidad de Madrid o el Ayuntamiento de Torrejón de la Calzada ha metido un solo euro en este tinglado. Sería para hacérselo mirar.

Lo último, que me ha dejado ojiplático. Buscando imágenes de este museo he encontrado otro proyecto de museo de la automoción muy similar, en este caso en Galicia. Atentos a las coincidencias: 30.000 metros cuadrados, promovido por una Fundación, con un poderoso empresario detrás, en marcha desde hace muchos años y sin visos de llegar a buen puerto en un futuro cercano. Y, lo más sorprendente, con un diseño ¡circular!

En ocasiones veo museos circulares

jueves, 1 de septiembre de 2016

La tele que nos parió

De forma casual vi en Internet un listado de series que emitió TVE en los años 70 y 80. Años en los que TVE no tenía reparos en rascarse el bolsillo para producir obras de calidad y programarlas en horario de máxima audiencia (bueno, esto último es una chorrada, entonces las horas en las que emitían eran todas de máxima audiencia; las otras eran de carta de ajuste). Series en su mayoría basadas en novelas escritas por algunos de los mejores novelistas de nuestro país, como Benito Pérez Galdós o Gonzalo Torrente Ballester. Ahí es nada. Sólo por leer estos nombres a más de un programador televisivo de la actualidad se le debería atragantar el limón o la naranja del Sálvame.

"¡Qué decepción el libro del Torrente, con lo que me molaron sus pelis!"

Y esas series, ojo, no eran vistas únicamente por un público culto o intelectual, no. Las veía todo cristo. La abuela que no sabía leer y el joven universitario, el albañil y el médico, todos sentados en el sofá frente al televisor. Niños y grandes. Porque, ésta es otra, ¡en aquella época no mandaban los niños! Si tus padres decían que en la tele se veía “X”  y se cenaba “Y”, ya podías ponerte como quisieras que lo más que ibas a lograr era una bofetada “B” o un zapatillazo “Z”. O las dos cosas. Nuestras horas de tele se reducían a la estrecha franja que iba del final del telediario al comienzo de la pelí del Oeste o de la “españolada” de turno los fines de semana y a la hora de la merienda los demás días, cuando veíamos desfilar a Espinete y compañía mientras nos comíamos el bocata de mortadela. El resto del tiempo no nos quedaba más remedio que ver lo que los adultos decidieran poner, que, por otra parte, tampoco es que tuvieran mucha elección porque entonces sólo había dos canales.

"¡Mira, Merche, si salgo en Anillos de Oro!"
De tal manera que tras la cena todos juntos corriendo al sofá a ver la tele. Sin distracciones: ni móviles, ni tablets, ni ordenadores. Ni siquiera el teléfono fijo. Si alguien llamaba a esas horas se le despachaba rápidamente: no eran horas. La estrella indiscutible era la tele y se le rendía pleitesía.

"La oportuna de mi cuñada. Se jodió la película".

Así que se veía todo lo que pusieran. Como La Barraca, una serie basada en la novela homónima del escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez que giraba sobre las penurias de la humilde familia de Batiste (Álvaro de Luna) al establecerse en unas tierras y encontrarse, sin comerlo ni beberlo, con el rechazo de todos sus vecinos, mosqueados por el desahucio del anterior inquilino de la barraca (el tío Barret). Es curioso que no es una serie especialmente recordada, o al menos mucho menos que otras grandes de la época como Fortunata y Jacinta o Los gozos y las sombras, pero que en cambio yo recuerdo mucho más que las anteriores, especialmente dos escenas que os voy a contar y que tengo grabadas en mi memoria.

Una jovencísima Victoria Abril
 interpretaba a Roseta, la hija de Batiste
Una es la personificación en la figura de un enjuto maestro, interpretado por Gabriel Llopart, del dicho mil veces oído a mis mayores: “pasas más hambre que un maestro escuela”. Este maestro llegaba a la casa de la familia protagonista y éstos, muy hospitalarios, pese a su pobreza, le ofrecían algo de comer. Y se quedaban perplejos al ver como el hambriento profe engullía los pedazos de pan mojados en leche, como pensando “joder, nosotros estáremos mal, pero éste pasa más hambre que Falete en Supervivientes”.

Y la segunda escena, mucho más brutal, era aquella en la que el pequeño de la familia, Pascualet, en una pelea con los niños del pueblo acababa en una acequia de la que no puede salir. Os juro que aún siento angustia al recordar esa situación.

Y lo que me produce angustia también es que no me acuerde de lo que acabo de comer y en cambio recuerde tan bien esta serie que se emitió ¡en 1979! ¡Hace 37 añazos! Que, por otra parte pienso, "copón, entonces yo sólo tenía 4 años, ¿cómo me dejaban ver estas cosas tan heavies?" El caso es que entonces las veíamos tranquilamente y aquí estamos. Que igual ahora el tema de la corrección se nos ha ido de madre, que cualquier cosa produce urticaria, manos a la cabeza y comunicado de algún colectivo/asociación ofendido pidiendo la retirada de tal o cual programa o spot de TV. Y tampoco es eso. Quizá más que culpar a las cadenas de TV deberíamos hacer autocrítica pensando qué vemos o qué permitimos ver a nuestros hijos. Lo tenemos muy fácil, basta con apagar la tele o cambiar de canal.

Para terminar una reflexión, así como parece evidente  que en cuanto  a calidad televisiva hemos ido a peor, nos queda el consuelo de saber que en la mayoría de las cosas ha sido al contrario: los maestros ya no pasan hambre (salvo en la operación bikini), los chavales no resuelven sus disputas arrojando a nadie al río (salvo en la Operación Neptuno) y en el mando de la tele mandan los niños. La putada que nosotros, los de los de los zapatillazos de entonces, ya no somos los niños.


Por cierto, para los nostálgicos y para aquellos a los que les haya picado la curiosidad, decir que en el siguiente enlace podéis ver la serie, ya que RTVE ha tenido a bien recuperar esas grandes series literarias y se pueden ver a través de su página web.