jueves, 11 de diciembre de 2008

Vendiéndonos el agua

Hace poco me llegó un correo que hablaba del anuncio del gobierno de la Comunidad de Madrid de privatizar el Canal de Isabel II. En el correo se daban argumentos de peso para justificar la oposición a esta medida, como que los beneficios que ahora genera el Canal de Isabel II dejarían de ser únicamente de los madrileños para ser de los accionistas de la empresa en cuestión, o que a la empresa, obviamente, no la va a interesar hacer campañas para reducir el consumo de agua. Argumentos sencillos, pero irrefutables.


Y lo que más me molesta del asunto es que Esperanza Aguirre, al presentar esta iniciativa, tuvo la desfachatez de decir que "con esta iniciativa damos la posibilidad a los madrileños de ser propietarios de su agua". Esperanza, vamos a ver, tontos somos, la muestra es que arrasas elección tras elección, pero no tanto como para no entender el concepto “público”. Nos estás queriendo vender algo que ya era nuestro y encima quieres que te aplaudamos. ¡Toma, toma, toma!


Esta nueva muestra de las, cada vez más evidentes, intenciones de privatizar la prestación de servicios públicos por parte de Aguirre me da pie a hablar sobre el valor de lo público, lo que es de todos y cada uno de nosotros. Una de las cosas más justas y valiosas que tenemos en este país es el hecho de que cosas tan importantes como la sanidad o la educación sean públicas y estén garantizadas para todo el mundo.

A veces perdemos la perspectiva y esto lo vemos como lo más normal del mundo, como algo que siempre ha sido así y que se da en todos los países avanzados. Pero no es así, sin ir más lejos tenemos el caso de Estados Unidos, donde no todo el mundo tiene acceso a la sanidad.

Es importante resaltar que el hecho de tener una enseñanza y una sanidad pública de calidad es un factor igualitario, pues permiten a todo el mundo, al rico y al pobre, disfrutar de ellas en la misma medida.

En cuanto a la sanidad, puede ser que la sanidad privada sea más cómoda o más rápida a la hora de ir a la consulta de un especialista o de realizar una prueba diagnóstica, pero, cuando se trata de algo serio, hasta el más pintado se va a un hospital público. ¿Dónde ha estado recientemente ingresado Severiano Ballesteros? ¿Dónde trataron a Jaime de Marichalar cuando sufrió el infarto cerebral?

Y en cuanto a la educación, hoy tenemos la suerte de contar con un gran sistema educativo público, donde prácticamente todo aquel que vale para estudiar puede hacerlo. Hay una gran red de colegios, institutos y universidades públicas, cada vez más poblaciones cuentan con alguna facultad o escuela universitaria. Antes las universidades -e incluso los institutos- se localizaban sólo en las grandes ciudades, de manera que sólo estudiaban una carrera los jóvenes de las familias que tenían las rentas más altas y podían permitirse pagar los costes de matrícula, colegios mayores, residencias universitarias, desplazamientos, etc. Por desgracia la mayoría de nuestros padres, aunque tuvieran capacidad para haber estudiado, no pudieron hacerlo porque en cuanto tuvieron 15 ó 16 años (o antes en muchos casos) tuvieron que ponerse a trabajar.


Hoy, por fortuna, son muchos los arquitectos, abogados o ingenieros cuyos padres son humildes trabajadores, mecánicos, albañiles, agricultores o camareros. Eso, al menos para mí, tiene un valor tremendo.

Un ejemplo, Verónica González, una chica del pueblo de mi padre, Garciotum, recibió hace unos meses uno de los Premios Extraordinarios de Formación Profesional que concede la Junta de Castilla-La Mancha por haber obtenido una nota media de 9,9 en sus estudios. Ahora está estudiando medicina en Madrid. Me encantó enterarme de esta noticia, porque su padre, Berna, al que conozco desde que yo era pequeño porque era vecino de mis abuelos, es un hombre que se ha ganado la vida trabajando muy duro, criando vacas en el pueblo, esforzándose al máximo por dar la mejor educación posible a sus hijos. Y a lo que voy es que si Vero ha podido llegar a estudiar medicina ha sido, además de, por supuesto, por su propio esfuerzo y por el de sus padres, porque ahora tenemos un gran sistema de educación pública. Esto, hace sólo 30 años hubiera sido impensable para un joven o una joven de una familia humilde de Garciotum. Y esto es así, le pese a quien le pese. Y si empezamos a favorecer a la enseñanza privada esta tendencia lógicamente se va a invertir.

Termino con una anécdota, que creo que refleja el valor de la educación y el cambio que se ha producido en un corto periodo de tiempo. Tiene que ver con Eva, mi mujer, que también estudió medicina, y el señor Manolo, un jubilado andaluz que vivía en Toledo y que se sacaba un dinerillo extra vendiendo dulces y conservas por las casas. (Ese dinero, por cierto, relacionándolo con el primer post de hoy, lo utilizaba para mandárselo a una niña sudamericana que había apadrinado). Pues bien, el señor Manolo, siempre que pasaba por casa de mi suegro, le preguntaba por Eva y, expresando su admiración por el hecho de que fuera médica, le decía a mi suegro "Antonio, esos son los mejores olivos que la has podido dejar en herencia".

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ole y ole, con la Espe. Tenemos lo que nos merecemos.
Cada día me interesa más la política, pero soporto menos a los políticos, de todos los colores. Eso sí, a los del color de la Espe, todavía los soporto menos.

Anónimo dijo...

Pues un poco tontos si que tienen que ser los electores de madrid, porque blanco y en botella, aunque esto son cosas de la democracia, hay que acatar lo que dice la mayoría, aunque sea una mierdaca.

Con Alfonso X estó no pasaba!

Anónimo dijo...

Los madrileños tienen lo que se merecen. A ver si aprenden de una puta vez.

Pasionaria