viernes, 4 de noviembre de 2011

La madre de Os Vilares

Os dejo un magnífico relato que, como habréis podido deducir por el adjetivo que he utilizado, no he escrito yo, sino mi amiga Sole Ruipérez, estupenda periodista con la que he tenido la suerte de compartir años de trabajo en la Junta. El texto, lúgubre y misterioso, está basado en otro del mismo corte que escribió Valle-Inclán en 1902 titulado “El miedo”, que podéis leer pinchando aquí.

Espero que os guste.

La madre de Os Vilares

Siempre he sonreído a la muerte como se sonríe a una mujer, con desafío. Así es desde el día en el que el Prior de Brandeso consideró cobarde mi acción y decidió no perdonar mis pecados. Sin absolución el destino de un siervo de Dios es el infierno, ¿a qué podía temer ya? En el castigo llevaba mi penitencia.

“¡No absuelvo a cobardes!” Aquellas palabras resonaban atronadoras, en mí una y otra vez. Todas las horas, de todos los días, de todas las semanas, de todos los meses, de todos mis años, hasta que pernocté en Os Vilares.

¿Cómo huele la sangre ajena? La noche de camino a Os Vilares lo descubrí. Bajo una niebla espesa y postrado en el tronco de un castaño reposé hasta quedar extasiado por el cansancio. De repente, un fuerte hedor a sangre me despertó.

Escuché un alarido… ¿o no? no recuerdo, pero sí que noté en mi espalda la presencia de algo que no era humano, quizá una bestia. Desprendía calor y jadeaba. Intuí que salivaba sangre porque las gotas que me resbalaban eras espesas. Cubierto como estaba con la piel de un cordero, sin apenas moverme, eché mano a la espada, que guardaba en la cadera izquierda y, sin pensarlo dos veces, de un salto me giré. Miré a la muerte a los ojos, me salió una carcajada y maté a la alimaña y con ella a mi cobardía perpetua.

Era una loba que goteaba sangre por las comisuras de las fauces. Muerta escupió lo que le quedaba entre la boca y al descubrirlo me repitieron las arcadas una y otra vez.

Los gritos de hombres y mujeres que con antorchas se acercaban enmudecieron cuando llegaron frente a mí. Una mujer avanzó unos pasos sobre los demás. Yo estiré los dos brazos y le tendí el cuerpo destrozado de su infante.

El grito de la madre sonó cual bramido animal en el silencio de la noche. Sonó como suena el alma rota, sonó como suenan las entrañas hechas pedazos, sonó como suena el miedo a perder la sangre de tu sangre.

Yo era un valiente Granadero del Rey, un hombre que aquella noche, redimió el escalofrío largo y angustioso que, cual mensajero de la muerte, tuviera años atrás en la capilla del Pazo.

25 DE OCTUBRE. SOLE RUIPEREZ

2 comentarios:

AnaC dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
AnaC dijo...

Hola Quique! Soy Ana. Gracias a mi Solete y a su relato he llegado a tu blog y la verdad es que ha sido todo un descubrimiento, aunque después de algunos intercambios de comentarios en el FB ya me había dado cuenta de que tu y yo tenemos muchas cosas en común, incluido el equipo de futbol. Espero que nos podamos conocer algún día. Un beso.