viernes, 18 de mayo de 2012

Una temporada para silbar

Hoy os voy a hablar de una novela deliciosa llamada “Una temporada para silbar”, del escritor norteamericano Ivan Doig. La historia, que transcurre a principios del siglo XX en un pequeño pueblo de Montana, en el viejo oeste americano, cuenta como la llegada, tras la fuga de la aburrida maestra local con un predicador, de un nuevo maestro, Morris Morgan, un joven dandi sabelotodo venido de la ciudad, cambiará la vida y marcará para siempre a los jóvenes alumnos de la escuela rural.


Al leer este libro he tenido la mágica sensación de retroceder 30 años y estar viendo de nuevo los episodios de La Casa de la Pradera o las Aventuras de Tom Sawyer, aquellas series que pusieron en televisión en los años 80 y que seguro todos recordaréis.  

Un extracto del libro:

"Por primera vez me fijé en esas marcas que veía a diario: entre la hierba los surcos se dispersaban hacia cada hogar donde había un niño, y convergían todos justo en aquel punto del patio donde me hallaba inusitadamente sólo. Pasarán más de mil años antes de que me olvide de ese sentimiento, la certeza que tuve en ese instante de que aquella escuela rural era el centro de nuestras vidas: su poder se extendía más allá de los alumnos que esa mañana habíamos respondido a la azarosa lista de Morris, aunque fuéramos el componente primario del aula, esos pollitos de campo a los que tanta falta nos hacía la educación. Todas las personas que conocía habían invertido algo en esa pequeña escuela. Papá y otros hombres de Marias Coulee habían levantado el verano anterior la casita del maestro y ellos mismos habían construido la escuela, que ya empezaba a envejecer, a la llegada de los primeros colonos. Cada mañana, las madres, con el corazón y el alma en vilo, hacían montar a sus pequeños, que no les llegaban a la cintura, en unos caballos para que cabalgaran durante kilómetros.

Una parte de la vida de todos estaba ligada al cuadrado solitario del patio del recreo, a esa pequeña parcela del horizonte".

En este otro párrafo nos describe una de las virtudes de la escuela unitaria:

“Morris había descubierto una cualidad central de la escuela unitaria: la porosidad entre los cursos permitía que una lección impartida en voz alta y clara a un grupo de estudiantes se abriera paso a los otros grupos. Constaté que Toby e Inez aguzaban los oídos cuando los del curso siguiente tenían clase de ortografía”. 

Os la recomiendo a todos, pero especialmente a los que tengáis alguna relación con el mundo rural o con la enseñanza. Y si se dan en ti las dos circunstancias, entonces doble motivo para leer –y disfrutar- este libro. También se la recomiendo encarecidamente al protagonista del post anterior, el consejero de Educación de la Junta de Castilla-La Mancha, el señor Marcial Marín. Quizá leyéndola entendiera mejor lo que son y, sobre todo, lo que suponen, las escuelas rurales.


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